Las políticas y las religiones hacen grandes dictaduras.
¿Cristianos o católicos? (¿Los católicos son los descendientes de los apóstoles? ¡NO!
¿Por qué? Porque han hecho las cruzadas, el Santo Oficio, han quemado personas vivas, aun las personas que leían las Sagradas Escrituras.

LOS TRES REYES MAGOS

Mago significa antiguo sacerdote persa. Los magos en la Biblia, es decir la palabra de Dios. Eran los tres reyes que, guiados por una estrella, partieron del oriente para adorar el nacimiento de Jesús, quien después se reveló el Cristo. La espada del espíritu es la palabra de Dios, pronunciada por Jesús. Todos la oyeron, cristianos y no cristianos. Los católicos la conocen, pero hacen todo lo que está en su poder para que no se difunda.
La palabra de Dios es Jesús. Jesús vino al mundo para liberarnos de todo pecado (si queremos). Ahora somos bautizados porque lo hemos elegido nosotros; hemos pedido perdón a Dios Padre por nuestros pecados, siempre a través y en nombre de su hijo Jesucristo, y sólo en su nombre podemos recibir el perdón (Dios nos ha perdonado, entonces estamos libres y sin pecado). El ser humano es pecador, lo quiera o no lo quiera. Delante de Dios somos todos pecadores, pero gracias a Jesús, que intercede por nosotros y es nuestro abogado, quedamos perdonados, siempre que nos arrepintamos realmente de nuestros pecados.
Dios nos ha bautizado con su Espíritu Santo. No nos bautizamos más en el agua, sino en el espíritu. Ahora somos cristianos (y no católicos - Apocalipsis 22: 18,19). En caso de que pequemos, tendremos que pedirle perdón a Dios solamente a través de su hijo Jesucristo. Amén. Los cristianos verdaderos los mataron casi todos, física y espiritualmente. Estos falsos cristianos, es decir los católicos, aunque han pasado 2000 años, continúan practicando la idolatría, así que no sólo ellos están muertos, sino que hacen morir también a todos los que buscan a Dios, llevando la gente a adorar ídolos, santuarios como el de Lourdes, padre Pío, santo Antonio de Padua, etcétera. Todo esto no está escrito en las Sagradas Escrituras. O se le escucha a Jesús o se le escucha a los católicos. Los católicos dicen que son cristianos, pero ¿qué pruebas tienen? Hablan de todo y de política también; un obispo dice una cosa y invariablemente otro obispo dice lo contrario, así que uno o el otro claramente tiene razón, y la iglesia católica desmiente a aquel que le parece mejor.
Nosotros cristianos hablamos con Dios sólo a través de Jesús y no en nombre de otras personas como por ejemplo a través de santos, de la Virgen y de todo lo que nos han hecho creer los católicos, es decir los falsos cristianos. Nosotros queremos ser cristianos verdaderos. Yo quiero ser un cristiano verdadero.
La Virgen no puede ser la madre de Dios, porque Dios es el padre de Jesús, hijo de María. Así que si la Virgen fuese la madre de Dios, sería la abuela de Jesús.
María fue escogida por Dios para el nacimiento de Jesús, de tal manera que Jesús, hombre perfecto como era Adán, pudo descender a la tierra para liberarnos de los pecados, tanto del pecado original como de nuestros pecados. Gracias a Jesús nosotros quedamos casi todos salvados. Dios le dijo a María, a través de los ángeles, que se quedase embarazada, afirmando que su hijo venía para salvar a los pecadores. María aceptó, dado que Dios la escogió por el nacimiento de Jesús (como Noé, Moisés, Abraham y otros muchos profetas). La ley es el espejo del pecado. Él que conoce la ley sabe cuando comete un error. Él que no conoce la ley y enseña cosas equivocadas es un hipócrita.
Ahora, después de que nos arrepentimos verdaderamente de nuestros pecados y de que hemos hecho una justa elección y una verdadera CONVERSIÓN, podemos pedirle a Dios lo que queramos. Y él, Dios, nos lo dará sólo si lo pedimos a través de su hijo Jesucristo y no a través de otras personas o santos o la Virgen (inventados por falsos cristianos, es decir por los católicos). Jesús tiene cuatro hermanos y hermanas carnales. María nunca hizo milagros y condujo una vida igual que las demás madres.
María no puede interceder por nosotros; sólo Jesús puede. Los papas, los cardenales, los obispos, los curas, los frailes, las monjas y todas las demás religiones están todas la una contra la otra y se matan. Ninguna religión es cristiana. Los católicos son la única guía espiritual oficial, entonces ¿por qué no han enseñado la palabra de Dios y de Jesús durante 2000 años??! ¿Por qué? Habría muchos menos ladrones y criminales si los papas, los cardenales, los obispos y los curas hubieran enseñado la Verdad en lugar de hacer el Santo Oficio.
Tienen todo bajo su control, esos falsos cristianos, hasta que los pueblos se despierten y entiendan su astucia, que va en detrimento de toda la humanidad. Ellos sostienen que son ellos los verdaderos cristianos y hacen un milagro después del otro, pero en realidad su Dios es Satanás y todos estos milagros los hizo Satanás (esta es la razón porque no han enseñado la palabra de Dios).
Satanás tentó a Jesús y le dijo: "Si me obedecerás y te prostrarás delante de mí, todo esto será tuyo y te besarán las manos, serás rico y te llevarán en andas, te exaltarán."
Jesús dijo ¡NO! Pero los cardenales y los obispos católicos dijeron ¡SÍ! Para aprender la palabra de Dios no es preciso ir al seminario para recibir una instrucción que te hace esclavo y te ofrece informaciones equivocadas, como muchas otras religiones. Ahora están haciendo todo lo que pueden para hacer morir a Jesucristo también espiritualmente y reemplazarle con la idolatría y con oraciones hacia los santos, los obispos, los papas que mataron mucha gente durante la Inquisición.
Ellos saben que no pueden llegar a la verdad y que están perdidos, entonces están trabajando a que nadie alcance la verdad. La palabra de Jesucristo es la verdad, pero el clero nunca nos la ha enseñado (y se guardan bien de enseñárnosla). Dios es paciente; hace llover tanto sobre los buenos como sobre los malos. ¿Por qué? Porque cuando se revelará la verdad, Dios les infligirá los castigos más grandes a los falsos cristianos y a los falsos profetas. Dios es amor, pero cuando volverá Jesús, se hará justicia y se creerá un surco que separe los buenos y los justos de los malos y los malvados y el surco va a ser hondo. Entonces tenemos que escoger en que parte estar antes que sea demasiado tarde (el limbo no existe; lo inventaron los papas, que tuvieron trece hijos de mujeres diferentes, sin contar con la homosexualidad, que aún hoy es presente en la Iglesia católica. Y hay también muchos pedófilos. ¿Por qué no se casan? Quizás porque son monstruos. La homosexualidad existe aquí más que en otras partes. El bautismo es una elección de los seres humanos (cuando son mayores de edad).
¡El bautismo que se les hace a los niños pocos días después de que han nacido no es válido! Es una trampa concebida por los católicos para obligar a quedar esclavos, de padre a hijo, de su falsa religión católica.
Ahora el bautismo se hace espíritu sin necesidad de nadie. Sólo es suficiente la presencia de Jesús y sus ángeles. Cuando elegimos ser cristianos, tenemos que rendir cuentas a Dios (podemos bautizarnos con dos o tres personas, claramente cristianas, cerca de nosotros, si queremos). Sólo si se quiere ser cristianos, se puede ser libres de verdad.
O podemos bautizarnos solos, si conocemos las Sagradas Escrituras. En las Sagradas Escrituras se encuentra el contacto con Dios, siempre a través de Jesús. Las Sagradas Escrituras, y sobre todo los versículos del Antiguo Testamento, no se les pueden interpretar literalmente para aplicarlos como reglas hoy, que vivimos en el tiempo del Apocalipsis. Los pecados se tiene que confesarlos a Dios, no a los curas, a los obispos, sino sólo a Dios, siempre a través de Jesús. Con la ayuda de Jesús tu conciencia sabe cuando está en paz con Dios.
Ser cristianos no es pesado y nos da tanta alegría. Nos libera de los magos, de las supersticiones y los vicios, así que podamos vivir días más tranquilos y felices. Los pecados pueden causar enfermedades mortales.
Yo, Oreste Novarini, ESTOY BUSCANDO PERSONAS BUENAS, SINCERAS Y HONESTAS QUE TENGAN SED DE VERDAD Y QUE NECESITEN DECIR LO QUE PIENSAN. A solas necesitaría mucho tiempo para resolver este problema, pero alguien tiene que hacerlo. Necesito a alguien que me ayude para resolver este problema. Tenemos que encontrar un sistema justo, fácil y moderno para ayudar a las personas que, en esta situación, no consiguen entender porque todas las religiones se preocupan de sí mismas. Nosotros ante todo tenemos que difundir el conocimiento de los DIEZ MANDAMIENTOS y hacer entender que todas las religiones, y sobre todo la católica que no es cristiana, se están equivocando. He aquí porque muchas personas buscan la palabra de Dios en las religiones pequeñas, no católicas (Jesús también era una secta, un loco por los sacerdotes de aquel tiempo). Cuando Jesús vuelva, los católicos no podrán solamente pedir perdón como están haciendo ahora por los pecados que cometieron en el pasado, que están cometiendo ahora y que cometerán en el futuro. Es demasiado cómodo que los católicos estén con la izquierda y con la derecha y con todas las religiones paganas para dirigir siempre el destino de todos (karma).
Si todos observaran los DIEZ MANDAMIENTOS no habría más guerras entre los pueblos, ni entre las religiones, ni tanto menos habría ladrones, ni falsos profetas. No sería difícil poner en práctica los diez mandamientos si alguien nos lo enseñara. Desde santo Agustín, el primer papa quien hizo su madre santa, en adelante añadieron palabras a la Sagrada Biblia. ¡Ay de quien añade o quita algo de las Sagradas Escrituras! Esto pasó aproximadamente en el 300 d. C..
No importa lo que éramos antes, lo que importa es que podamos ir adelante por el justo camino, el que nos indicó Jesús, después de que hemos elegido ser personas nuevas con una FE SINCERA hacia Dios y hacia su hijo Jesucristo. Es un camino estrecho, pero en estos tiempos no es tan estrecho. Una vez que Jesús ha vuelto en nuestros corazones no será tan estrecho y el Apocalipsis se cumplirá, destruyendo a todos los malvados y todas las falsas religiones.
Todas las religiones que van contra las enseñanzas de Jesús son falsas. Cada uno puede hacer lo que le guste, pero tiene que acordarse de que tendrá que rendir cuentas a Dios.
Nosotros sabemos que la esperanza y la FE están muertas sin las OBRAS, por eso se tiene que hacer obras, y eso quiere decir difundir la verdad, es decir la palabra de Dios. Los falsos cristianos, es decir los católicos, están sofocando la palabra de Dios, matándola.
¿Qué es la verdad? Se puede decir que la verdad es lo que uno cree. Hubo muchas de estas personas, y habrá muchas todavía, pero nunguno fue tan justo como Jesús. Jesús es la verdad.
No es preciso imitar lo que hizo Él. Él sufrió y lo hizo para que nosotros tuviéramos la posibilidad de entender que la vida es bella, si renunciamos al mal. Éste es la única manera que tenemos para tener una vida mejor. Si no hubiera los católicos o otras religiones fanáticas todo sería más simple y más fácil. La verdad es lo que uno siente. Nunca hubo un hombre mejor que Jesús. Aun Silvio Berlusconi, hoy la persona más sincera, y Bush actúan como si fueran Jesús, pero no son Jesús.
YO CONTESTARÉ GRATUITAMENTE A TODAS LAS PERSONAS QUE ME ESCRIBAN.
Las personas que pueden ayudarme, escriban a esta dirección, si conocen las Sagradas Escrituras o si tienen buenos consejos:

Novarini Oreste
Via G. Paisiello N. 9
34148 TRIESTE (TS)
ITALIA

Yo contestaré a todas sus preguntas y Ustedes podrán darme consejos útiles, sinceros y cristianos.
Se invita enviar una pequeña suma de dinero, una pequeña beneficencia sin ir contra Jesús, para contestar a las personas interesadas a esta nueva y moderna enseñanza a:

Novarini Oreste - c/c postal n. 20221495
(o poner algún sello en el sobre)

por las personas que viven fuera de Italia añadir:
Novarini Oreste c/c postal n. 20221495
ABI 07601 --- CAB 02200

Quien vive en Friuli-Venezia Giulia (y pronto en todo el mundo) puede recibir una enseñanza de las Sagradas Escrituras gratuitamente en su casa.
Yo, con la ayuda de Jesús, quiero ir contra todas las falsas religiones, desenmascarándolas todas gracias a un estudio profundo de las "Sagradas Escrituras".
Todas las religiones añaden, modifican, quitan o confunden la verdad de las Sagradas Escrituras. Es justo que los cristianos verdaderos resurjan en los últimos tiempos, pero ¿quién son los cristianos verdaderos? ¿Quizá son los musulmanes, o los judíos, o los Testigos de Jehová, o los mormones, o los protestantes, o los adventistas? Todos estos no son percibidos bien por los católicos, pero los cristianos verdaderos tendrán que estar en algún lugar.
Algunos comunistas que van a las iglesias católicas por rutina o por costumbre son ateos, pero, en su corazón, son más cristianos que los católicos. Si le hubieran enseñado la verdad, no serían comunistas, ateos, marxistas, mentirosos, estalinistas, estatalitas e intelectuales burócratas. La instrucción es importante sólo si está acompañada por la inteligencia.
Todos aprovechan de la gente pobre, como la CGIL (sindicato italiano de los obreros), que aprovecha de los obreros y los usa como si fueran un instrumento que puede disfrutar como quiera. Son los obreros los que tienen que dar ordenes a la CGIL, no lo contrario. O, aun peor, la política obliga a la CGIL a llevar esos obreros en la plaza.

Saludos cordiales,
Novarini Oreste

11 septiembre 2001

LA VERITA'
Tutti si domandano, c'è la vita dopo la morte? Se c'è la morte non c'è la vita! È un mistero? No.
Se una persona muore senza aver fatto le buone opere, non ha la vita eterna, né qui sulla terra e neanche in cielo. Ci si salva solo per fede, ma la fede senza le opere è morta, allora visto che la vita è stata data da Dio, quando ha dato il suo Spirito ad Adamo, vuol dire che lo spirito va da uomo in uomo e naturalmente da donna in donna, e da uomo in donna, da donna in uomo, chi non ha figli si può salvare la vita? Anche se non va più da padre in figlio, solo facendo le buone opere e una volta morti fisicamente, lo Spirito andrà al padre, l'Eterno Dio e saranno salvati, dalla loro fede e dalle loro opere, e allora dove vanno gli "uomini femmina" e le "donne maschio" sono perduti? Non è colpa sua se sono così? Allora non è colpa sua se uno è handicappato? O se uno è un assassino?Ecc.
Si può dire che Dio, tramite i scienziati o tramite le ricerche scientifiche (che sono mal viste dal clero) Dio guarirà tutta l'umanità, non ci saranno più ladri, né criminali, né Cattolici bugiardi, ci sarà il paradiso, qui sulla terra?, ritornerà lo Spirito Santo in noi, quello dato ad Adamo?
Molti che si definiscono Cristiani credono nel cielo e nell'inferno. Gli indù invece credono nella reincarnazione. A proposito dell'idea musulmana, l'emiro Muawiyah, coadiutore in un centro religioso islamico, dice: "Noi crediamo che ci sarà un giorno di giudizio dopo la morte, in cui si comparirà davanti a Dio, Allah, che sarà come presentarsi in tribunale". Secondo la credenza islamica, Allah giudicherà allora ciascuno in base alla sua vita e lo manderà in paradiso o nel fuoco dell'inferno. Nello Srì' Lanka, quando in casa muore qualcuno, sia buddisti che cattolici lasciano le porte e le finestre spalancate. Si accende una lampada a olio e la bara è posta con i piedi del defunto rivolti verso la porta principale. Credono che questi accorgimenti facilitino la fuoriuscita dello spirito del deceduto. Secondo Ronald M. Berndt, dell'Università dell'Australia Occidentale, gli aborigeni credono che "gli esseri umani sono spiritualmente indistruttibili". Certe tribù africane credono che dopo la morte le persone comuni diventino fantasmi, e le persone importanti spiriti ancestrali, da onorare e invocare come capi invisibili della comunità. In alcuni paesi le credenze relative alla condizione dei defunti sono un miscuglio di tradizioni locali e cristianesimo nominale.
Ad esempio, quando muore qualcuno, molti cattolici e protestanti dell'Africa occidentale hanno l'abitudine di coprire gli specchi affinché nessuno possa scorgervi lo spirito del defunto. Davvero diverse sono le risposte che vengono date alla domanda: "Cosa accade quando si muore?' Tuttavia, alla base di tutte c'è questa idea: Nella persona c'è qualcosa di immortale che sopravvive alla morte. Secondo alcuni, questo "qualcosa" sarebbe uno spirito. Per esempio, in certe parti dell'Africa e dell'Asia e in tutte le regioni del Pacifico come Polinesia, Melanesia e Micronesia, molti credono che a essere immortale sia uno spirito, non un'anima. Anzi in certe lingue non esiste neppure la parola "anima". C'è uno spirito nella persona vivente? E lascia davvero il corpo alla morte? In tal caso, che ne è di questo spirito? E quale speranza c'è per i morti? Queste domande non devono essere ignorate. Qualunque sia la vostra formazione culturale o religiosa, la morte è un fatto che bisogna affrontare. La questione vi tocca pertanto in modo del tutto personale.
Gli uomini sono molto lontani dall'esatta conoscenza del vero Dio, a causa dei loro sentimenti, ma non ne sono coscienti. La cristianità cattolica crede di servire l'Onnipotente, ma non si accorge che il suo modo di vivere dimostra il contrario. Gli uomini servono il dio di questo mondo, (Satana) che si fa passare per il vero Dio e li influenza in modo talmente nefasto da indurli a divenire nemici di Dio. Ne risulta il terribile disagio dilagante sulla terra. Quante situazioni dolorose e delusioni angosciose, quanti mali e preoccupazioni fra la povera umanità decaduta! E dire che l'uomo fu creato per essere il re della creazione terrestre e per vivere eternamente sulla terra! Che cosa constatiamo invece? Che è schiavo di Satana, suo implacabile avversario, ed è bersagliato da malattie d'ogni genere. La morte falcia inesorabilmente, senza distinzione, giovani e vecchi, ricchi e poveri. Tutto ciò dovrebbe essere un'istruzione pratica per gli uomini, che hanno voluto provare le conseguenze funeste del peccato, ossia dell'egoismo, causato dalla suggestione demoniaca che ottenebra la mente umana. Chi è in grado di riflettere, comprende fin da ora che la catastrofe preannunciata che ne deriva è imminente ed irrimediabile. Quando l'ultima e terribile tribolazione che si avvicina avrà compiuto la sua opera, gli occhi di coloro che saranno sfuggiti al disastro si apriranno. La lezione sarà stata sufficientemente compromessa. Allora tutti saranno felici di essere liberati dal giogo dell'avversario ed acclameranno con gioia il sole della giustizia, che recherà ovunque allegrezza e salute.
Quanta sublime ed ineffabile sapienza nelle vie di Dio! Ha lasciato gli uomini liberi di provare tutti i ripieghi per far fonte alla situazione disperata che si presenta loro più intensa che mai.
Li lascia fare, affinché giungono ad essere coscienti della loro incapacità di ottenere buoni risultati da soli. Hanno fatto politica ad oltranza sperando che uno dei tanti partiti potesse migliorare la situazione. Dopo ogni prova, la delusione è stata amara e si è accentuata sempre più.
Gli uomini hanno cercato la felicità anche nelle finanze. L'avversario ha dato loro monete illusorie di ogni specie, facendo credere che con esse avrebbero potuto ottenere o comprare la felicità e procurarsi tutti i godimenti e le soddisfazioni che il loro cuore egoistico poteva desiderare.
Ora possono rendersi conto che il denaro non dà felicità, ma è la causa di tutte le dispute, di tutte le guerre e di tutte le calamità.
Gli uomini hanno pure provato ogni sorta di religione. L'avversario ne ha inventate un'infinità di ogni rito, forma e dottrina. Anche in questo campo, che delusione! Ognuno può notare infatti che le religioni, invece d'essere un fattore d'avvicinamento e d'unione, sono state motivo di divisione e d'incomprensione.
Quando si manifesterà l'ultima fase della tribolazione, si potrà veramente dire che gli uomini, per evitare lo sfacelo generale, avranno provato tutto all'infuori dell'unico rimedio efficace.
L'Eterno ha una pazienza sublime, infinita, e li ha lasciati fare tutte le loro esperienze affinché potessero rendersi conto che la vera salvezza sta nel sottomettersi con tutto il cuore alla legge divina del bene e dell'altruismo, legge che non si può violare senza subirne le tristi conseguenze.
Tutto il resto è vano. Monarchia, repubblica, socialismo, comunismo, dittatura, si è provato tutto, e nessuno di questi sistemi è riuscito a salvare l'umanità.
Si sono credute tutte le religioni che mandano i morti in cielo, pur pregando: << Venga il tuo Regno sulla terra! >>.
Le vie del Signore sono meravigliose, semplici ed armoniose, ma gli uomini hanno preferito la via menzognera del dio di questo mondo, che li ha condotti in una direzione opposta a quella indicata da Dio. Come dicono le Sacre Scritture, sono diventati vasi di collera pieni dello spirito egoistico da cui si sono lasciati animare.
A causa di ciò siamo giunti ad una situazione nella quale la confusione fra gli uomini è aumentata a tal punto da permettere l'introduzione del Regno di Dio. Un'immensa quantità di persone è completamente delusa, cosciente che non vi è nulla da sperare neppure nelle religioni.
L'unico loro pensiero consiste nel vivere come meglio possono, aspettando la grande calamità che è alle porte. Quando si produrrà la tribolazione finale, l'aratro avrà sufficientemente solcato i cuori affinché la verità possa essere accettata ed il messaggio della liberazione, proclamato dal Servitore fedele di Dio, possa illuminarli con la sua luce benefica e consolante. Questa liberazione sarà apportata dalle manifestazione dei figli di Dio, gli ultimi membri del corpo di Cristo, ai quali si unisce l'Esercito dell'Eterno. Sono gli esponenti di questo Esercito che creano gli eventi, poiché è preannunciato dalla Parola divina che i giorni della tribolazione saranno abbreviati dalla rettitudine, dalla pietà e dalla santità dei veri figli di Dio.
Per questo l'avversario perseguita accanitamente i veri figli di Dio, sapendo che, con la loro fedeltà nel vivere nel programma divino, avvicinano il Giorno in cui la sua potenza malefica cadrà completamente. Perciò cerca continuamente di farli soffrire, di suggestionarli, di intimorirli e di distrarli dal loro ministero. Egli non è contro la Bibbia, cioè, la Parola di Dio, neppure contro le attuali pubblicazioni del Servitore di Dio: Il messaggio all'umanità, la vita Eterna, ecc., ma è contro chi vive e pratica ciò che questi libri insegnano.
Perciò quello che l'avversario cerca di impedire prima di tutto è l'unità dei veri figli di Dio, poiché, come dice Gesù, per mezzo della loro unità il mondo crederà.
Il motto del dio di questo mondo è: dividere per regnare. I veri discepoli di Cristo non si lasciano influenzare dagli attacchi dell'avversario, adempiono fedelmente il loro ministero, lo portano a termine, ed il Regno di Dio s'introduce anche se contrastato e combattuto. L'Eterno non ha bisogno di molte persone per introdurre il suo Regno: gli basta una falange di cuori scelti, per creare eventi che rechino la vera pace sulla terra. Questo rappresenta nello stesso tempo la caduta di Babilonia, che è la confusione, formata da tutte le religioni e da tutti coloro che vi si uniscono. In questa Babilonia il denaro ha preso sviluppo talmente considerevole da non poterne fare a meno, ma presto scomparirà. Ciò si manifesta e, per non essere delusi, occorre porre la propria speranza non del denaro e nelle cose effimere, ma nel Regno di Dio che viene e che reca meravigliose benedizioni grazie alla restaurazione d'ogni cosa, promessa da Dio per mezzo dei suoi santi profeti. Questi ultimi hanno avuto impeti di gioia sublime pensando ai tempi attuali. Nel Regno di Dio l'uomo potrà ritrovare l'armonia col suo Creatore e captare l'influsso del suo spirito. Lo spirito di Dio anima la circolazione principale di cui gli uomini devono beneficiare per avere la vita eterna, e tutti lo potranno ricevere nella restaurazione d'ogni cosa, vivendo la legge divina di tenerezza e di bontà. Diventeranno altruisti e non saranno più i distruttori della terra. Non taglieranno più gli alberi per avidità di guadagno, al contrario, ne pianteranno ovunque. I maestosi e grandi alberi ora distrutti ricompariranno. La bella e rigogliosa vegetazione sarà ristabilita traendo vita ed armonia dal sistema idrografico, che oggi è completamente rovinato dalla pazzia umana. La temperatura mite ed uniforme si ristabilirà dappertutto. Non esisteranno più né caldo soffocante, né freddo glaciale. Si godrà una temperatura paradisiaca su tutta la terra, che sarà di nuovo quella di un tempo: un luogo delizioso adatto alla vita dell'uomo. Egli troverà a profusione alimenti sani e vari. La vita sulla terra non sarà più penosa e nessuno sarà più costretto ad un lavoro da forzato. Le malattie scompariranno ed anche la morte non esisterà più. Nessuno dirà al suo prossimo: <<Conosci l'Eterno?>>, poiché tutti lo conosceranno. Non vi saranno più stranieri, nazioni settarie, nemici, indigenti, disgraziati, infelici ed infermi. Tutti si sentiranno fratelli e si ameranno teneramente. Gli uomini ritroveranno il loro vero destino sulla terra, quello di figli terrestri di Dio, ed avranno la mentalità del loro Padre celeste. Alla fine della restaurazione d'ogni cosa non vi saranno più morti nelle tombe. Tutti avranno ripreso posto sulla terra dei viventi. L'ultima più grande nemica, la morte, sarà sconfitta per sempre, come dice la Parola divina. Queste meravigliose e sublimi prospettive sono possibili grazie al riscatto pagato sul Calvario dal nostro caro Salvatore. In questa opera ineffabile Egli si è associato il suo Piccolo Gregge, la Chiesa fedele, che ha dato la propria vita con il suo Maestro e che risuscita e si unisce a Lui nella gloria celeste. La vita e la felicità sono dunque a disposizione di tutti. Per ottenere è rivolto ad ognuno l'invito: venite, attingete senza pagare nulla alle sorgenti della vita e della benedizione, sottomettendovi alla Legge divina che insegna Il messaggio all'umanità. I PRIMI CRISTIANI.
Quando Gesù rivelò ai suoi discepoli quale sarebbe stata la sorte di Gerusalemme, parlò loro anche delle scene relative al suo secondo avvento, e predisse l’esperienza del suo popolo dal momento in cui Egli sarebbe stato accolto in cielo a quello del suo ritorno con potenza e gloria per la loro liberazione. Dall’alto del monte degli Ulivi, il Salvatore vide l’uragano che stava per abbattersi sulla chiesa apostolica: e, addentrandosi ancor più nel futuro, i suoi occhi scorsero le furiose e devastatrici tempeste che avrebbero colpito i suoi seguaci nel corso dei secoli di tenebre e di persecuzione. Con pochi e brevi cenni di tremenda portata, Egli predisse quello che i capi di questo mondo avrebbero escogitato contro la chiesa di Dio (Matteo 24:9,21,22). I seguaci di Cristo avrebbero dovuto percorrere lo stesso sentiero di umiliazioni, di scherni e di sofferenze calcato dal Maestro. L’inimicizia che si era manifestata contro il Redentore del mondo si sarebbe manifestata anche contro tutti coloro che avrebbero creduto nel suo nome. La storia della chiesa primitiva testimonia del pieno adempimento delle parole del Salvatore. Le potenze terrene e quelle infernali si allearono contro Cristo nella persona dei suoi seguaci. Il paganesimo, prevedendo che, se il Vangelo avesse trionfato, i suoi templi e i suoi altari sarebbero stati spazzati via, riunì le sue forze per annientare il Cristianesimo e accese i fuochi della persecuzione. I cristiani furono privati di quanto possedevano, strappati alle loro case e sottoposti a tremende afflizioni (Ebrei 10:32). Essi subirono: “scherni e flagelli; ed anche legami e prigione” Ebrei 11:36 (D). Innumerevoli furono coloro che suggellarono col sangue la loro testimonianza. Nobili e schiavi, ricchi e poveri, colti e incolti, tutti furono trucidati senza pietà. Queste persecuzioni, cominciate con Nerone pressappoco al tempo del martirio dell’apostolo Paolo, proseguirono – con maggiore o minore violenza – attraverso i secoli. I cristiani venivano falsamente accusati dei più abietti crimini e considerati la causa di ogni calamità: carestie, pestilenze, terremoti. Diventati, così, oggetto dell’odio e del sospetto popolare, erano ingiustamente accusati da informatori assetati di guadagno. Venivano condannati come ribelli all’impero, nemici della religione e “peste” sociale. Numerosissimi furono quelli che vennero gettati in pasto alle belve o arsi vivi negli anfiteatri. Alcuni furono crocifissi; altri, coperti con pelli di animali selvatici, vennero gettati nell’arena per essere dilaniati dai cani. Il loro martirio, spesso, costituiva la parte centrale delle feste pubbliche. Grandi moltitudini di persone si riunivano per godersi quello spettacolo, e salutavano l’agonia di chi moriva con risa e applausi. Ovunque cercassero rifugio, i cristiani erano braccati come animali da preda, ed erano perciò costretti a nascondersi in luoghi solitari e desolati: “bisognosi, afflitti, maltrattati (di loro il mondo non era degno), vaganti per deserti e monti e spelonche e per le grotte della terra” Ebrei 11:37,38. (Questi erano i veri Cristiani e non i falsi cristiani cattolici di oggi). Le catacombe offrirono un riparo a migliaia di essi. Sotto le colline di circostanti Roma, lunghe gallerie erano state scavate nella terra e nella roccia; questa buia e intricata rete di corridoi si estendeva per chilometri oltre le mura della città. In tali rifugi sotterranei, i seguaci di Cristo seppellivano i loro morti. Quando, poi, erano sospettati e proscritti, vi trovavano una casa. Allorché il Datore della vita sveglierà tutti coloro che hanno contribuito il buon combattimento, molti martiri di Cristo usciranno da queste sinistre caverne. Sotto la più violenta persecuzione, questi testimoni di Gesù serbarono incontaminata la loro fede. Sebbene privi di ogni comodità, separati dalla luce del sole, perché costretti ad abitare nel buio ma amico rifugio sotterraneo, non si lamentavano. Con parole di fede, di pazienza e di speranza si incoraggiavano a vicenda a sopportare le privazioni e la distretta. La perdita di ogni vantaggio terreno non poteva costringerli a rinunciare alla loro fede in Cristo. Prove e persecuzioni erano solo altrettanti passi che li avvicinavano al loro riposo e alla loro rimunerazione. Come i servitori di Dio dell’antichità, molti furono “martirizzati non avendo accettata la loro liberazione affin di ottenere una risurrezione migliore” Ebrei 11:35. Essi ricordavano le parole del Maestro: perseguitati per amore di Cristo, dovevano stimarsi felici perché grande sarebbe stata la loro ricompensa in cielo, in quanto prima di loro anche i profeti erano stati ugualmente perseguitati.
Essi si rallegravano di essere stati considerati degni di soffrire per la verità, e canti di trionfo salivano di mezzo alle fiamme crepitanti. Guardando in alto con fede, vedevano Gesù e gli angeli chinarsi oltre i bastioni celesti e osservarli con profondo interesse, approvando la loro fermezza. Una voce, procedente dal trono di Dio, annunciava: “Sii fedele fino alla morte, e io ti darò la corona della vita” Apocalisse 2:10.
Vani furono gli sforzi di Satana per distruggere la chiesa di Cristo con la violenza. Il grande conflitto nel quale i discepoli di Cristo perdettero la vita non finì quando questi fedeli vessilliferi caddero al loro posto di combattimento. Sconfitti, furono vincitori. Gli operai di Dio furono trucidati, è vero, però l’opera andò avanti speditamente; il Vangelo continuò a essere predicato, e il numero dei suoi aderenti aumentò sempre di più. Esso penetrò anche nelle regioni che fino ad allora erano state inaccessibili perfino alle aquile romane. Un cristiano, nel corso di una discussione con governanti pagani che propugnavano la continuazione delle persecuzioni, affermò: “Voi potete ucciderci , torturarci, condannarci… La vostra ingiustizia è la dimostrazione della nostra innocenza… A nulla serve la nostra crudeltà”. Essa, infatti, non era altro che un efficace invito a spingere altri alla persuasione cristiana. “Più noi siamo da voi falciati, più il nostro numero aumenta: il sangue dei martiri è una semenza!” Tertulliano, Apologia, par. 50.
Migliaia furono imprigionati e uccisi; ma altri vennero a colmare i vuoti da essi lasciati. Quelli che venivano martirizzati per la loro fede erano assicurati a Cristo e da lui considerati vincitori. Essi avevano combattuto il buon combattimento e avrebbero ricevuto la corona della gloria all’avvento di Cristo. Le sofferenze sopportate valsero a spingere i cristiani ancora più vicini gli uni agli altri e al loro Redentore. L’esempio dato con la loro vita e la loro testimonianza in punto di morte era una costante conferma della verità. Accadde- cosa del tutto inattesa - che dei sudditi di Satana si sottrassero al giogo del peccato e si schierarono sotto la bandiera di Cristo. Satana, allora, cercò di elaborare dei piani che gli consentissero di lottare con maggior successo contro il governo di Dio, piantando la sua bandiera addirittura nella chiesa cristiana. Se i seguaci di Cristo potevano essere ingannati e sedotti, e così indotti a dispiacere a Dio, la loro forza e la loro compattezza sarebbero venute meno, ed essi sarebbero diventati una facile preda. Il grande avversario fece in modo di vincere con l’astuzia là dove non era riuscito con la forza. La persecuzione finì, e al suo posto subentrò la pericolosa attrattiva della prosperità temporale e dell’onore del mondo. Gli idolatri furono indotti ad accettare una parte della fede cristiana pur rigettando altre verità essenziali. Essi dicevano di accettare Cristo come Figliuolo di Dio e di credere nella sua morte e nella sua risurrezione; però non avevano la convinzione del proprio peccato e perciò non sentivano alcun bisogno di pentimento e di cambiamento del cuore. Con alcune concessioni da parte loro, proposero che i cristiani, a loro volta, ne facessero altre per modo che tutti potessero unirsi sulla comune base della credenza in Cristo. La chiesa venne a trovarsi in un serio pericolo. La prigione, la tortura, il fuoco, la spada erano delle benedizioni in confronto con la nuova situazione che si era andata determinando. Alcuni rimasero fedeli, dichiarando di non poter addivenire a compromessi di sorta. Altri, però, furono del parere che si poteva fare qualche concessione e modificare alcuni elementi della loro fede per unirsi a coloro che avevano accettato una parte del Cristianesimo, insistendo sul fatto che ciò poteva significare il mezzo più idoneo per la conversione dei pagani. Fu quello un tempo di profonda angoscia per i fedeli seguaci di Cristo perché, sotto il manto di un preteso Cristianesimo, Satana si insinuò nella chiesa per corrompere l’integrità della fede dei credenti e distogliere la loro mente dalla verità.
Alla fine, la maggior parte dei cristiani acconsentirono a fare delle concessioni e si addivenne, così, all’unione del Cristianesimo col paganesimo. Quantunque gli adoratori degli idoli asserissero di essersi convertiti e di essersi uniti alla chiesa, in realtà erano tuttora attaccati all’idolatria:si erano unicamente limitati a cambiare gli oggetti del loro culto ricorrendo alle immagini di Gesù, di Maria e dei santi. Il lievito dell’idolatria fu messo nella chiesa e continuò la sua opera nefasta. Dottrine false, riti superstiziosi, cerimonie idolatriche furono incorporati nella dottrina e nel culto. Essendosi i seguaci di Cristo congiunti con gli idolatri, la religione cristiana si corruppe e la chiesa finì col perdere la sua purezza e il suo vigore. Non mancarono, è vero, quelli che non si lasciarono fuorviare da questi inganni, che rimasero fedeli all’Autore della verità e che adorarono solo Iddio. Fra quanti si professano seguaci di Gesù, ci sono sempre state due classi: mentre una studia la vita del Salvatore e cerca sinceramente di correggere i propri difetti e di conformarsi al Modello divino, l’altra sembra evitare di proposito le chiare e precise verità che mettono a nudo l’errore. Anche quando la chiesa si trovava nelle sue migliori condizioni, non è mai stata composta unicamente di elementi fedeli, puri e sinceri. Il nostro Salvatore insegnò che quanti volontariamente indulgono nel peccato, non debbono essere accolti nella chiesa; nondimeno Egli accolse degli uomini dal carattere difettoso e accordò loro il beneficio del suo insegnamento e del suo esempio perché avessero l’opportunità di riconoscere i propri sbagli e di correggersi. Fra i dodici apostoli c’era un traditore. Giuda fu accettato non per i suoi difetti di carattere, ma nonostante i difetti stessi. Egli fu aggiunto agli altri discepoli perché, tramite l’insegnamento di Cristo e il esempio, egli potesse sapere in che cosa consiste un carattere cristiano ed essere indotto a riconoscere i suoi sbagli e a pentirsi, e con l’aiuto di Dio giungere alla purezza dell’anima, mediante l’ubbidienza alla verità. Ma Giuda non camminò nella luce che risplendeva su di lui, e cedendo al peccato lasciò il campo libero alle tentazioni di Satana. I lati negativi del suo carattere ebbero il sopravvento, ed egli abbandonò la propria mente al controllo delle forze delle tenebre. Ogni volta che i suoi errori venivano rimproverati, egli si adirava e così, a poco a poco, di caduta in caduta, giunse al crimine supremo: il tradimento di Gesù. Altrettanto accade a chi accarezza il male, pur indossando il mantello della devozione. Tali persone odiano chi turba la loro pace, condannando il peccato che stanno commettendo. Quando poi, come fu il caso di Giuda, si presenta l’opportunità favorevole, finiscono col tradire chi li aveva richiamati al dovere unicamente per il loro bene. Gli apostoli, nella chiesa, ebbero a che fare con gente che si diceva pia, ma che segretamente coltivava il peccato. Anania e Saffira, ad esempio, recitarono la parte degli ingannatori, asserendo di fare un grande sacrificio per il Signore, mentre in realtà avevano fraudolentemente trattenuto una parte del denaro per se stessi. Lo Spirito di verità rivelò agli apostoli qual era il vero carattere di questi impostori, e il castigo si abbatté immediato e severo, liberando la chiesa da una macchia che ne avrebbe offuscato la purezza. Questa azione evidente dello Spirito di Cristo in seno alla comunità cristiana terrorizzò gli ipocriti e coloro che agivano male. Essi non potevano rimanere uniti con quanti, per abitudini e disposizioni, erano fedeli testimoni di Cristo. Quando sopraggiunsero le prove e le persecuzioni, desiderarono diventare discepoli di Cristo unicamente coloro che erano disposti ad abbandonare tutto per amore della verità. Così, finché ci furono persecuzioni, la chiesa si mantenne relativamente pura; però quando le persecuzioni cessarono, si aggiunsero alla comunità cristiana delle persone parzialmente sincere e devote, e fu così che Satana riuscì a mettere il piede nella chiesa. Non c’è unione fra il Principe della luce e il principe delle tenebre, come non può esservene fra i loro seguaci. Quando i cristiani acconsentirono a unirsi con chi, provenendo dal paganesimo, era solo a metà convertito, cominciarono a calcare un sentiero che li avrebbe condotti sempre più lungi dalla verità. Satana esultava nel vedere la riuscita dei suoi piani nel sedurre un così gran numero di seguaci di Cristo, e si adoperò per indurli a perseguitare coloro che rimanevano fedeli a Dio. Nessuno sapeva meglio combattere la verità di coloro che un tempo ne erano stati i difensori. Questi cristiani apostati, unendosi ai compagni tuttora a metà pagani, si accanirono contro gli aspetti fondamentali della dottrina di Cristo. Questo richiese una lotta asperrima da parte di coloro che intendevano rimanere fedeli, nonostante gli inganni e le abominazioni che sotto i parametri sacerdotali venivano introdotti nella chiesa. La Bibbia non era più considerata come regola di fede. La dottrina della libertà religiosa era definita eresia, e i suoi sostenitori erano odiati e proscritti. Dopo una lotta dura e prolungata, i pochi rimasti fedeli decisero di separarsi dalla chiesa apostata se questa avesse continuato ad aderire alla falsità e all’idolatria. Essi videro che tale separazione si imponeva se volevano ubbidire alla Parola di Dio: non ardivano tollerare oltre gli errori fatali alle loro anime e dare un esempio che avrebbe messo in pericolo la fede dei loro figli e dei loro discendenti. Per garantire la pace e l’unità essi erano disposti, sì, a fare delle concessioni, purché esse fossero coerenti con la fedeltà a Dio. Non potevano, però, assolutamente addivenire a compromessi che significassero il sacrificio delle proprie convinzioni religiose. Se l’unità poteva essere raggiunta solo compromettendo la verità e la giustizia, allora erano pronti a tutto, anche a lottare. Sarebbe bene per la chiesa e per il mondo che i principi che sostennero queste anime generose, rivivessero nel cuore di quanti si dicono figliuoli di Dio. C’è un’allarmante indifferenza per quel che riguarda le dottrine fondamentali della fede cristiana, e si va rafforzando l’idea che dopo tutto esse non sono di importanza vitale. Questa degenerazione fortifica le mani degli agenti di Satana, sì che tali false teorie e inganni fatali, che i cristiani dai tempi andati affrontarono con grave rischio della propria vita, sono oggi considerati favorevolmente da migliaia di persone che si dicono seguaci di Cristo. I primi cristiani formavano davvero un popolo particolare. Il loro comportamento irreprensibile e la loro fede incrollabile, costituivano un costante rimprovero per i peccati ostinati. Quantunque essi fossero numericamente pochi, privi di ricchezze, di posizioni, di titoli onorifici, erano un motivo di terrore per chi agiva male, e ovunque il loro carattere e la loro dottrina erano conosciuti. Perciò erano odiati dagli empi, come Abele era odiato dal malvagio Caino. Per la stessa ragione che spinse Caino a uccidere il fratello, coloro che cercavano di sottrarsi ai richiami dello Spirito Santo misero a morte il popolo di Dio. In fondo, era la stessa ragione che aveva indotto i giudei a rigettare il Salvatore e a crocifiggerlo: la purezza e la santità del suo carattere erano un costante rimprovero al loro egoismo e alla loro corruzione. Dai giorni di Cristo in poi, i suoi discepoli fedeli hanno provocato l’odio e l’opposizione di chi ama e segue le vie del peccato. Ci si potrebbe chiedere, allora, in che modo il Vangelo può essere definito un messaggio di pace.
Qui diede inizio alla stampa del Nuovo Testamento in inglese. Per due volte il lavoro dovette essere interrotto; ma quando la stampa gli veniva proibita in una città, egli si trasferiva altrove. Finalmente andò a Worms, dove alcuni anni prima Lutero aveva difeso il Vangelo dinanzi alla dieta. In quella antica città vi erano molti nemici della Riforma, e così Tyndale poté continuare la sua opera senza ulteriori ostacoli. Furono stampate tremila copie del Nuovo Testamento, che si esaurirono in poco tempo e lo stesso anno ne seguì una seconda edizione. Tendale proseguì la sua attività con grande zelo e perseveranza. Nonostante le autorità inglesi sorvegliassero i porti con la massima attenzione, la Parola di Dio raggiunse Londra per vie segrete, e di là poté circolare in tutta la nazione. I papisti invano cercarono di sopprimere la verità. Il vescovo di Durham acquistò da un libraio, amico di Tendale, un’intera partita di Bibbie per distruggerle e intralciare, così, notevolmente l’opera. Raggiunse l’effetto contrario, perché il denaro da lui fornito permise l’acquisto di altro materiale per una nuova edizione, migliore della precedente, che altrimenti non avrebbe potuto essere stampata. Quando più tardi Tendale fu arrestato e gli venne offerta la libertà a condizione che rivelasse i nomi di quanti lo avevano aiutato a pagare le spese di stampa della Bibbia, egli rispose che il vescovo di Durham aveva contribuito più di tutti, avendo pagato un prezzo elevato per i libri acquistati, il che gli aveva consentito di proseguire la sua opera con rinnovato coraggio. Tendale, tradito e consegnato nelle mani dei nemici, dopo alcuni mesi di carcere suggellò la sua testimonianza col martirio. Però l’arma da lui preparata fornì altri soldati i quali attraverso i secoli, e fino ai nostri giorni, seppero portare avanti validamente la causa della verità. Latimer, dall’alto del pulpito sosteneva che la Bibbia dovrebbe essere letta nella lingua del popolo. “Dio stesso”, egli disse, “è l’autore delle Sacra Scrittura: essa partecipa della sua potenza e della sua eternità. Non c’è né re, né imperatore, né magistrato, né governante che non sia tenuto a ubbidire alla sua santa Parola. Non seguiamo vie traverse; lasciamoci guidare dalla sua Parola di Dio; non calchiamo le orme dei nostri padri e non preoccupiamoci di sapere quello che essi hanno fatto, ma cerchiamo piuttosto di sapere quello che essi avrebbero dovuto fare” Latimer, First sermon preached bifore king Edward VI. Barnes e Frith, due fedeli amici di Tendale, si levarono in difesa della verità seguiti dai Ridley e Cranmer. Questi capi della Riforma inglese erano uomini dotti, e la maggior parte di essi erano stati particolarmente stimati, per zelo e per pietà, nelle comunità cattoliche romane. La loro opposizione al papato derivava dalla consapevolezza degli errori della santa sede. Inoltre, la loro conoscenza dei misteri di Babilonia dava una particolare potenza alla loro testimonianza contro di essa. “Vorrei farvi una domanda forse un po’ strana”, diceva Latimer. “Chi è il più diligente vescovo o prelato d’Inghilterra?... Vi vedo attenti, ansiosi di sapere da me il nome… Ebbene, ve lo dirò: è il diavolo. Egli non si allontana mai dalla sua diocesi… Chiamatelo quando volete: è sempre in sede… è sempre all’aratro… Non lo vedrete mai ozioso, ve lo assicuro… Dovunque egli risiede, le sue parole d’ordine sono: Abbasso i libri, evviva le candele!... Abbasso la Bibbia, evviva il rosario!... Abbasso la luce del Vangelo, evviva il lume dei ceri, anche in pieno mezzodì!... Abbasso la croce di Cristo, evviva invece il purgatorio che vuota le tasche dei fedeli!... Abbasso gli abiti per gli ignudi, i poveri, i derelitti, evviva gli ornamenti d’oro e d’argento dati a profusione a dei pezzi di legno e di pietra!... Abbasso le tradizioni di Dio e la sua santa Parola, evviva le tradizioni e leggi degli uomini!... Oh, se i nostri prelati seminassero il grano della sana dottrina con lo stesso zelo di cui dà prova Satana nel seminare la zizzania!” Latimer, Sermon of the Plough.
Il grande principio rivendicato da questi riformatori – lo stesso che era stato predicato dai valdesi, da Wycliff, da Giovanni Huss, da Lutero, da Zuinglio e dai loro collaboratori e discepoli – era l’infallibile autorità delle Sacre Scritture come regola di fede e di condotta. Essi negavano ai papi, ai concili, ai Padri e ai re il diritto di dominare sulle coscienze in materia di religione. La Bibbia era loro autorità e costituiva la pietra di paragone di tutte le dottrine e di tutte le pretese. Questi santi uomini di Dio erano sorretti dalla fede nell’Eterno e nella sua Parola quando, sul rogo, suggellarono la loro missione in mezzo alle fiamme. “Vi conforti la certezza”, disse Latimer a quanti condividevano il suo martirio mentre le fiamme stavano per soffocare la loro voce, “che oggi, per grazia di Dio noi accendiamo in Inghilterra una fiaccola che, ne sono certo, non sarà mai spenta! Works of the Hugh Latimer, vol. 1, p. XIII.
In Scozia il seme della verità recato da Colombano e dai suoi collaboratori non era mai stato completamente distrutto. Alcuni secoli dopo che le chiese d’Inghilterra erano soggette a Roma, quelle della Scozia conservavano ancora la loro libertà. Nel dodicesimo secolo, però, il papato vi si stabilì e vi esercitò un potere assolutistico come in nessun altro paese. In nessun altro posto si ebbero tenebre più fitte. Nondimeno, un raggio di luce sopraggiunse a squarciare il buio e a far presagire la promessa di un nuovo giorno. I lollardi venuti dall’Inghilterra con la Bibbia e gli insegnamenti di Wycliff, si adoperarono al massimo per conservarvi la conoscenza delle Sacre Scritture. Ogni secolo successivo ebbe, poi, i suoi testimoni e i suoi martiri. Con l’avvento della grande Riforma si ebbero gli scritti di Lutero, e quindi il Nuovo Testamento di Tendale. Questi messaggeri, all’insaputa delle autorità ecclesiastiche, percorrendo silenziosamente monti e valli, alimentarono la fiaccola della verità che sembrava stesse per spegnersi in Scozia, e demolirono l’opera compiuta dalla chiesa romana in quattro secoli di oppressione. Fu poi il sangue dei martiri a dare nuovo impulso al movimento. I capi di Roma resisi improvvisamente consapevoli del pericolo che minacciava la loro causa, non esitarono a trascinare sul rogo alcuni fra i più nobili e onorati figli della Scozia. In tal modo essi, però, senza rendersene conto, innalzarono un pulpito dal quale la parola di questi testimoni echeggiò per essere udita in tutto il paese, scuotendo le anime della gente e facendo nascere in loro il vivo desiderio di sbarazzarsi dei ceppi di Roma. Hamilton e Wishart, nobili di carattere quanto lo erano di nascita, conclusero la loro vita sul rogo, seguiti da un folto gruppo di discepoli più umili. Però dal luogo dove Wishart morì, sorse uno che le fiamme non poterono ridurre al silenzio, e che sotto la guida di Dio doveva infliggere al cattolicesimo scozzese un colpo mortale. Giovanni Knox aveva abbandonato le tradizioni e il misticismo della chiesa cattolica per nutrirsi della verità della Parola di Dio. Gli insegnamenti di Wishart rafforzarono in lui la determinazione di lasciare Roma e di unirsi ai riformatori perseguitati. Sollecitato dai suoi compagni ad assumersi da tanta responsabilità, e fu solo dopo molti giorni di meditazione e di dura lotta con se stesso che alla fine acconsentì. Una volta accettato l’incarico, egli andò avanti con inflessibile determinazione e con indomito coraggio sino alla fine della sua vita. Questo intrepido riformatore non temeva gli uomini, e i fuochi del martirio che vedeva divampare intorno a sé valsero solo ad accrescere il suo zelo e a renderlo ancora più intenso. Pur sentendo sempre sulla propria testa la minaccia della scure del tiranno, egli rimase impavido al suo posto menando colpì a destra e a sinistra per abbattere l’idolatria. Convocato davanti alla regina di Scozia, al cui cospetto la baldanza di non pochi capi del Protestantesimo si era spenta, Giovanni Knox rese una decisa testimonianza alla verità, e non si lasciò né vincere dalle lusinghe, né intimorire dalle minacce. La regina lo accusò di eresia: egli aveva insegnato al popolo ad accettare la religione proibita dallo stato, ella diceva, trasgredendo così l’ordine di Dio che ingiunge ai sudditi l’ubbidienza ai loro governanti. Knox rispose con precisione: “La vera religione non riceve forza e autorità dai principi temporali, ma dall’Eterno Dio. Per conseguenza, gli uomini non sono tenuti a modellare la propria religione ispirandosi ai capricci dei principi, tanto più che non di rado questi sono più ignoranti degli altri per quel che riguarda la vera religione di Dio… Se tutti i figli di Abrahamo avessero abbracciato la religione di Faraone, del quale furono per secoli sudditi, io le domando, Signora, quale sarebbe stata la religione del mondo? Oppure, se al tempo degli apostoli gli uomini avessero aderito alla religione degli imperatori romani, quale religione avrebbe regnato sulla terra?... Perciò, Signora, se è vero che i sudditi debbono ubbidire ai loro principi, non sono però tenuti a praticarne la religione”. “Voi interpretate le Scritture in un modo”, replicò la regina Maria, “mentre essi [i dottori] le interpretano in un altro modo. A chi si deve credere? E chi sarà il giudice?”.
“Bisogna credere a Dio, il quale parla chiaramente nella sua Parola” disse Knox. “Al di là di quello che la Parola insegna, non si deve credere né all’uno, né all’altro. Essa è sufficientemente chiara di per se stessa, e se per caso si nota qualche oscurità da una parte, lo Spirito Santo, che non è mai in contraddizione con se stesso, si esprime più chiaramente altrove, per cui il dubbio rimane solo in coloro che intendono restare ostinatamente nell’ignoranza” David Laing, The Collected works of John Knox, vol. 2, pp. 281,284, ediz. 1895. Tali erano le verità che l’intrepido predicatore, a rischio della propria vita, faceva intendere alla regina. Con indomito coraggio egli proseguì il suo ministero pregando e combattendo la battaglia del Signore fino a che la Scozia non ebbe spezzato il giogo del papato. In Inghilterra lo stabilirsi del Protestantesimo come religione nazionale fece diminuire le persecuzioni, ma non le eliminò del tutto. Molte dottrine di Roma, inoltre, erano state mantenute. Se da un lato era stata rigettata la supremazia del papa, dall’altro si era eletto il re come capo della chiesa. Anche nel culto si poteva notare un sensibile distacco dalla purezza e dalla semplicità del Vangelo. Inoltre, il grande principio della libertà religiosa non era ancora capito. Quantunque le terribili crudeltà cui era ricorsa Roma contro l’eresia fossero state raramente ripristinate dai capi della Riforma, nondimeno il diritto di ogni uomo di adorare Iddio secondo i dettami della propria coscienza non era riconosciuto. Si esigeva da parte di tutti l’accettazione e l’osservanza delle forme del culto prescritte dalla chiesa stabilita. Chi dissentiva era perseguitato in misura più o meno grande. La cosa si protrasse per alcuni secoli. Nel diciassettesimo secolo migliaia di pastori furono destituiti. Al popolo era vietato, sotto pena di multe, di carcere e perfino del bando, di partecipare a riunioni di carattere religioso che non fossero quelle sancite dalla chiesa. Quelle anime fedeli che desideravano riunirsi per adorare Iddio, erano costrette a farlo in angusti violetti, in oscure soffitte o, in determinate stagioni, di notte nei boschi. Nel folto di boschi accoglienti che formavano un tempio naturale, quanti figliuoli di Dio perseguitati e dispersi si incontravano per pregare e per lodare l’Eterno! Però, nonostante le precauzioni prese, molti ebbero a soffrire per la loro fede. Le prigioni erano affollate, le famiglie disperse. Molti dovettero addirittura espatriare. Dio, però, era col suo popolo, e così le persecuzioni non impedirono la testimonianza di queste anime fedeli. Numerosi credenti, costretti a riparare oltre Atlantico, gettarono nel Nuovo Mondo le basi della libertà civile e religiosa, baluardo e vanto degli Stati Uniti d’America. Ancora una volta, come ai tempi degli apostoli, la persecuzione contribuì alla diffusione del Vangelo. In un oscuro carcere, gremito di gente disonesta e corrotta, Giovanni Bunyan respirò l’atmosfera del cielo e scrisse la meravigliosa allegoria del cristiano in viaggio dalla terra della perdizione alla città celeste. Da oltre duecento anni questa voce uscita da Bedford parla con potenza al cuore degli uomini. Le opere di Bunyan: Pilgrim’s Progress (“Il pellegrinaggio del cristiano”) e Grace Abounding to the Chief of Sinners (“Grazia abbondante”), hanno guidato molti lungo il sentiero della vita. Baxter, Flavel, Alleine e altri uomini di talento, colti e di profonda esperienza cristiana, si levarono a difesa della fede “che è stata data ai santi una volta per tutte”. L’opera compiuta da questi uomini proscritti e messi fuori legge dai grandi di questo mondo è imperitura. Fountain of Life (“Fonte della vita”) e Method of Grace (“Metodo della grazia”) di Flavel hanno insegnato a migliaia di persone come affidare a Cristo la cura della propria anima. Reformed Pastor (“Il pastore riformato”) di Baxter è stato fonte di benedizione per quanti aspiravano a un risveglio nell’opera di Dio, e il suo volume Saint’s Everlasting Rest (“L’eterno riposo dei santi”) ha fatto conoscere ai suoi numerosi lettori il “riposo” che rimane per il popolo di Dio. Un secolo dopo, in un periodo di grandi tenebre spirituali, apparvero dei nuovi portatori della luce di Dio: Whitefield e i Wesley. Sotto il dominio della chiesa stabilita, l’Inghilterra si era venuta a trovare in un tale stato religioso che era difficile poterlo distinguere dal paganesimo. La religione naturale costituiva lo studio favorito del clero e compendiava quasi totalmente la teologia. Le classi più elevate si facevano beffe della pietà e si lusingavano di essere al di sopra di quello che esse definivano fanatismo. Le classi inferiori, a loro volta, erano immerse in una preoccupante ignoranza e nel vizio mentre la chiesa non aveva né il coraggio né la fede necessari per sostenere la causa della verità che precipitava verso la rovina.
La grande dottrina della giustificazione per fede, chiaramente insegnata da Lutero, era stata quasi del tutto perduta di vista e sostituita dal principio romano che consisteva nel confidare nelle buone opere per essere salvati. Whitefield e Wisley, membri della chiesa ufficiale sinceri ricercatori della grazia di Dio, avevano imparato a trovarla in una vita virtuosa e nell’osservanza dei riti religiosi. Una volta che Carlo Wesley, gravemente ammalato, temeva di essere ormai prossimo alla fine, un amico gli chiese quali fossero le basi sulle quali poggiava la sua speranza di vita eterna. Wesley rispose: “Io ho cercato di fare il meglio che mi fosse possibile per servire Dio”. Poiché l’amico non sembrava essere troppo convinto della risposta, l’ammalato si chiese: “Come? I miei tentativi non sono una sufficiente base di speranza? Vorrebbe egli privarmi dei miei meriti? Ma se io non ho altro in cui confidare!” John Whitehead, Life of the Rev. Charles Wesley, p. 102, ediz. 1845. Tali erano le tenebre che avevano invaso la chiesa, nascondendo l’opera di espiazione di Gesù e defraudando Cristo della sua gloria e distogliendo le menti degli uomini dalla loro unica speranza di salvezza: il sangue del Redentore crocifisso. Wesley e i suoi collaboratori giunsero a capire che la vera religione ha radice nel cuore, e che la legge di Dio non riguarda solo le azioni e le opere, ma abbraccia anche i pensieri. Convinti della necessità di avere il cuore santificato, oltre che la rettitudine del comportamento esteriore, essi vollero vivere una vita nuova. Con sforzi intensi accompagnati della preghiera, essi cercavano di vincere le tendenze del cuore naturale. Vivevano un’esistenza fatta di rinuncia, di carità, di umiltà; osservavano col massimo li potesse aiutare a raggiungere quello che ardentemente bramavano: la santità che assicurava il favore di Dio. Essi, però, non riuscivano a raggiungere la mèta, e si affannavano invano per liberarsi dalla condanna e dalla potenza del peccato. Era una lotta uguale a quella conosciuta da Lutero a Erfurt; era la domanda che tanto aveva torturato l’anima del riformatore tedesco: “E come sarebbe il mortale giusto davanti a Dio?” Giobbe 9:2. Il fuoco della verità, che si era quasi del tutto spento sull’altare del Protestantesimo, fu ravvivato dalla fiaccola tramandata di secolo in secolo dai cristiani boemi. Dopo la Riforma, il Protestantesimo in Boemia era stato calpestato dalle orde di Roma sì che quanti rifiutarono di rinunciare alla verità furono costretti a fuggire. Alcuni, rifugiatisi in Sassonia, serbarono intatta la fede avita, e attraverso i loro discendenti, i moravi, la luce giunse a Wesley furono consacrati al ministero e mandati in missione in America. A bordo della nave vi era un gruppo di moravi. La traversata fu caratterizzata da violente tempeste, e Giovanni Wesley, trovatosi a faccia a faccia con la morte, sentì di non avere la certezza della pace con Dio. I moravi, per contro, dimostravano una serenità e una fiducia nell’Eterno che a lui erano totalmente estranee.
“Io avevo a lungo osservato”, egli dice, “la grande serietà della loro condotta e l’umiltà di cui davano prova nel rendere umili servirgli agli altri passeggeri, che nessun inglese avrebbe acconsentito a compiere e per i quali essi non ricevevano, né accettavano, nessun compenso. Dicevano che ciò era utile per i loro cuori orgogliosi, e che il loro amato Salvatore aveva fatto ben altro per loro. Ogni giorno veniva loro offerta l’occasione di dare prova di mansuetudine alle ingiurie. Se urtati, colpiti o addirittura gettati a terra, essi si rialzavano e se ne andavano senza che dalle loro labbra uscisse una sola parola di protesta. Ebbero anche l’occasione di dimostrare che si erano liberati non solo dallo spirito di timore, di orgoglio, d’ira e di vendetta, ma anche da quello della paura. Durante il canto del salmo che dava inizio alla loro funzione religiosa, il mare scatenato squarciò la vela maestra e si abbatté sulla nave coprendola con le onde, tanto che pareva dovesse inghiottirci tutti. Fra gli inglesi si udì un terribile grido di angoscia, mentre i moravi continuarono a cantare. Più tardi io chiesi a uno di loro: “Eravate spaventati?”. Mi rispose: “Grazie a Dio, no”. Domandai: “Ma le vostre donne e i vostri bambini non erano impauriti?”. Con la massima semplicità egli mi disse: “No: le nostre donne e i nostri bambini non hanno paura della morte” Whitehead, Life of the Rev. John Wesley, p. 10, ediz. 1845. Giunti a Savannah, Wesley si trattenne un po’ di tempo coi Moravi, e rimase profondamente impressionato dal loro comportamento cristiano. Parlando di una delle loro funzioni religiose, in così stridente contrasto col gelido formalismo della chiesa inglese, egli scrisse: “La grande semplicità e la solennità dell’insieme mi fecero dimenticare i millesettecento anni che erano passati, e mi parve di trovarmi in una delle assemblee presiedute da Paolo, il fabbricatore di tende, o da Pietro, il pescatore, nelle quali c’era la manifestazione dello Spirito e della potenza” Idem, pp. 11,12. Rientrato in Inghilterra, Wesley, per le istruzioni di un predicatore moravo, pervenne a una più chiara comprensione della vera fede biblica. Si convinse che bisognava rinunciare alle proprie opere come mezzo di salvezza e fidare pienamente nell’Agnello di Dio che toglie il peccato del mondo”. Nel corso di una riunione della società morava di Londra, fu letta una dichiarazione di Lutero relativa all’opera che lo Spirito di Dio compie nel cuore del credente. “Sentii che dovevo confidare in Cristo, solo in Cristo per la mia salvezza, ed ebbi la certezza che Egli aveva cancellati i miei peccati e mi aveva salvato dalla legge del peccato e della morte” Idem, p. 52. Nel corso dei lunghi anni di faticosi sforzi, di umiliazione, di dure rinunce, l’unica mèta di Wesley era stato quella di cercare Iddio. Ora che lo aveva trovato si rendeva conto che la grazia cercata mediante digiuni, preghiera, elemosine e atti di abnegazione, era un dono accordato “senza denaro e senza prezzo”. Una volta affermata nella fede di Cristo, la sua anima arse dal desiderio di diffondere dappertutto la conoscenza del meraviglioso Evangelo della grazia gratuita di Dio. “Io considero il mondo intero come mia parrocchia”, affermava Wesley, “nel senso che ovunque mi trovo ritengo mio diritto, oltre che mio dovere, annunciare a quanti sono disposti ad ascoltare, la lieta notizia della salvezza” Idem, p. 74. Egli perseverò nella sua vita di severa rinuncia, nella quale non vedeva più la condizione, ma la conseguenza della sua fede; non più la radice, ma il frutto della santità. La grazia di Dio in Cristo è il fondamento della speranza del cristiano, e questa grazia si manifesta con l’ubbidienza. Wesley consacrò la sua vita alla predicazione della grandi l’ubbidienza. Wesley consacrò la sua vita alla predicazione delle grandi verità che aveva conosciute: la giustificazione per fede nel sangue di Cristo e la potenza rigeneratrice dello Spirito Santo nel cuore, il cui frutto è una vita che si conforma a quella di Gesù. Whitefield e i Wesley erano stati preparati alla loro missione dalla personale convinzione del proprio stato di condanna. Per poter sopportare le afflizioni come buoni soldati di Cristo, essi erano passati attraverso la fornace del disprezzo, della derisione e della persecuzione sia all’università che nel ministero. Essi e i loro simpatizzanti furono chiamati per disprezzo, dai compagni di studio increduli, “metodisti”, nome di cui si onora oggi una delle maggiori denominazioni religiose dell’Inghilterra e degli Stati Uniti. Nella loro qualità di membri della chiesa anglicana, essi erano molto attaccati alle sue forme di culto; però il Signore aveva loro presentato nella sua Parola un ideale molto più elevato. Lo Spirito Santo li spinse a predicare Cristo e Cristo crocifisso e la potenza dell’Altissimo accompagnava i loro lavori. Migliaia di persone furono convinte e conobbero una reale conversione. Ma era necessario che queste pecorelle fossero protette contro i lupi rapaci. Wesley non pensava di fondare una nuova denominazione e si limitò a organizzare i neo convertiti in quella che fu definita Methodist Connection (ramo della chiesa metodista. n .d .r.). L’opposizione incontrata da questi predicatori fu apra e misteriosa; ma Dio, nella sua saggezza infinita, fece sì che la Riforma avesse inizio nella chiesa stessa.
Se fosse venuta dal di fuori, essa forse non sarebbe penetrata dove più urgente si faceva sentire. Invece, dato che i predicatori erano uomini di chiesa che lavoravano sotto la sue egida dovunque se ne presentava l’opportunità, la verità poteva giungere anche dove, altrimenti, le porte sarebbero rimaste chiuse. Alcuni membri del clero furono scossi dal loro torpore morale e divennero zelanti predicatori nelle loro parrocchie. Delle chiesa che sembravano come pietrificate nel formalismo, risorsero così a vita nuova. Al tempo di Wesley, come del resto in tutti i tempi della storia della chiesa, l’opera fu compiuta da uomini dotati di doni differenti. Non sempre essi erano d’accordo fra loro su tutti i punti dottrinali, però erano tutti mossi dallo Spirito di Dio e uniti dal comune proposito di condurre le anime a Cristo. Una volta le divergenze fra Whitefield e i Wesley minacciarono di provocare una frattura tra loro; ma la mansuetudine imparata a scuola di Cristo, unita alla reciproca sopportazione e alla carità fraterna, fece sì che essi si riconciliassero. D’altra parte essi non avevano il tempo di perdersi in dispute mentre da ogni parte l’errore e l’empietà dilagavano e i peccatori precipitavano nel baratro della perdizione. I servi del Signore calcavano un difficile sentiero: uomini dotti e influenti facevano uso della loro potenza contro di essi. Molti esponenti del clero dopo un po’ di tempo cominciarono a manifestare un’aperta ostilità, e le porte delle chiese furono chiuse alla fede pura e a coloro che la predicavano. L’atteggiamento del clero che li denunciava dall’alto dei pulpiti valse a suscitare contro di loro gli elementi deteriori delle tenebre, dell’ignoranza e dell’iniquità. Fu solo per merito di segnalati miracoli di Dio che Giovanni Wesley poté sfuggire alla morte. Una volta che l’ira della folla sembrava precludergli ogni via di scampo, un angelo in forma umana si mise al suo fianco e fece indietreggiare la folla, dando così modo al servitore di Dio di abbandonare quel luogo pericoloso. In una particolare occasione, parlando della liberazione dal furore della folla, Wesley disse: “Molti cercarono di farmi precipitare dall’alto di un sentiero sdrucciolevole che conduceva alla città, stimando che una volta che io fossi caduto non mi sarei più potuto rialzare. Io, invece, non caddi, non scivolai e riuscii a sottrarmi a loro… Molti tentarono di prendermi per il colletto o per gli abiti per farmi cadere; ma non riuscirono nel loro intento. Solo uno poté stringere saldamente un lembo del mio giubbotto e strapparlo, mentre l’altro lembo, nella cui tasca c’era del denaro, fu strappato solo a metà… Un uomo robusto che stava dietro a me tentò ripetutamente di colpirmi con un solo colpo, per nodoso. Se mi avesse raggiunto alla nuca, anche con un solo colpo, per me sarebbe stata finita. Ogni volta, però, il suo colpo fu deviato e non so davvero perché, dato che io non mi potevo muovere né a destra né a sinistra… Un altro sopraggiunse, facendosi largo tra la folla, e giunto vicino a me levò il pugno e lo fece all’improvviso ricadere inerte, sfiorandomi la testa e dicendo: “Che capelli soffici ha!”… I primi ad avere il cuore toccato dal Vangelo di Cristo furono proprio i peggiori elementi della città, i caporioni sempre pronti a fare un buon colpo. Uno di essi era stato pugile di professione… Con quanta tenera sollecitudine Dio ci prepara per la sua opera! Due anni fa un pezzo di tegola mi sfiorò le spalle; un anno dopo, una pietra mi colpì fra gli occhi; il mese scorso ho avuto un colpo; oggi ne ho ricevuti due: uno prima di giungere in città e uno dopo che ne eravamo usciti; io però non ne ho risentito alcun danno. Sebbene uno mi abbia colpito in pieno petto con tutta la forza e l’altro mi abbia colpito in pieno petto con tutta la forza e l’altro mi abbia colpito la bocca con tale violenza da farne uscire il sangue, io non ho colpito la bocca con tale violenza da farne uscire il sangue, io non ho sentito più dolore di quello che avrei potuto provare se mi avessero colpito con della paglia” John Wesley, Works, vol. 3, pp. 297,298. ed. 1831. I metodisti di quella epoca – membri e predicatori – erano oggetto di derisione e di persecuzione sia da parte dei membri della chiesa stabilita, come pure da parte di persone apertamente ostili alla religione, eccitate contro di loro da calunnie messe in giro pei confronti dei metodisti. Spesso, fatti segno a violenza da parte dei persecutori, essi venivano trascinati dinanzi ai tribunali dove la giustizia esisteva solo di nome perché di fatto, a quei tempi, era piuttosto rara. La folla andava di casa in casa, sfasciando i mobili, gli oggetti, portando via quello che più le piaceva, maltrattando uomini, donne e fanciulli. Non era infrequente il caso di leggere manifesti nei quali si invitavano quanti desiderassero partecipare alla rottura di finestre e al saccheggio di abitazioni dei metodisti, a trovarsi in un determinato luogo a una certa ora. Queste aperte violazioni delle leggi umane e divine avvenivano senza che nessuno intervenisse per mettervi un freno! Una sistematica persecuzione fu organizzata contro un popolo la cui unica colpa consisteva nell’adoperarsi per strappare i peccatori dal sentiero della perdizione e avviarli su quello della santità. Riferendosi alle accuse che venivano mosse contro lui e i suoi seguaci, Giovanni Wesley disse: “Alcuni affermavano che le dottrine di questi uomini sono false, errate e fanatiche; dicono che sono nuove e che solo di recente se ne è udito parlare: affermano che si tratta di quacquerismo, di fanatismo, di papismo. Ebbene, la falsità di siffatte affermazioni è stata ripetutamente dimostrata in quanto ogni elemento di questa dottrina altro non è se non la chiara dottrina della Santa Scrittura interpretata dalla nostra chiesa. Per conseguenza, poiché la Bibbia è verace, è evidente che l’insegnamento non può essere né falso né errato”. “Altri dicono: “La loro dottrina è troppo stretta; essi rendono troppo angusta la via che mena al cielo”. Questa è, in realtà, l’obiezione originale che segretamente sta alla base di migliaia di altre che si presentano sotto svariate forme. Chiediamoci, però, se essi fanno effettivamente la via del cielo più stretta di quanto la fecero Cristo e gli apostoli. Domandiamoci se la loro dottrina è più stretta di quella della Bibbia. Per avere la risposta è sufficiente prendere in esame alcuni versetti di cuore e con tutta l’anima tua e con tutta la mente tua” “Or io vi dico che d’ogni parola oziosa che avranno detta, gli uomini renderai conto nel giorno del giudizio”. “Sia dunque che mangiate, sia che beviate, sia che facciate alcuna altra cosa, fate tutto alla gloria di Dio”. “Se la loro dottrina è ancora più stretta, essi sono degni di biasimo; però voi sapete, in coscienza, che non è così. Chi osa essere meno stretto, fosse pure di un iota, corrompe la Parola di Dio. Un depositario dei misteri di Dio può essere ritenuto fedele se cambia qualche elemento del sacro deposito affidatogli? No, egli non può né eliminare né attenuare nulla, ed è moralmente tenuto a dire a tutti gli uomini: “Io non posso adattare la Scrittura ai vostri gusti: siete voi che dovete adattarvi ad essa se non volete perire!” Questa è anche la base effettiva dell’altra accusa popolare relativa a “mancanza di carità in questi uomini”. Mancanti di carità? In che cosa? Fosse essi rifiutano di vestire gli ignudi e di nutrire gli affamati? “No, non si tratta di ciò, perché in questo essi non sono certo in difetto. Piuttosto si tratta del fatto che essi sono privi di carità nel giudicare: pensano che nessuno possa essere salvato se non fa come loro” Idem, vol. 3, pp. 152,153. Il declino spirituale verificatosi in Inghilterra già prima di Wesley era in gran parte da attribuirsi all’insegnamento dell’antinomianismo. Molti affermavano che Cristo aveva abolito la legge morale e che, per conseguenza, i cristiani non erano più tenuti a osservarla in quanto il credente è “affrancato dalla schiavitù delle opere”. Altri, pur ammettendo la perpetuità della legge, dichiaravano che non era necessario che i ministri (di culto. N.d.T.) esortassero il popolo a osservarne i precetti, poiché “coloro che Dio aveva eletti a salvezza sarebbero stati indotti a praticare la virtù e la pietà dall’irresistibile impulso della grazia divina”, mentre coloro che erano condannati alla riprovazione eterna, “non avevano a forza di ubbidire alla legge dell’Altissimo”.
Altri, infine, sostenevano che “gli eletti non possono scadere dalla grazia, né perdere il favore divino”, e concludevano: “Le azioni empie da loro commesse, in realtà non sono peccaminose né debbono essere considerate come prova della violazione della legge di Dio; per conseguenza, essi non hanno nessun bisogno di confessare i propri peccati, né di rinunciarvi mediante il pentimento” McClintock and Strong, Cyclopedia, art. Antinomians. Ne deducevano che certi peccati, anche quelli “universalmente riconosciuti come odiosa violazione della legge divina, non sono tali agli occhi dell’Eterno”, se commessi da un eletto, “perché una delle caratteristiche essenziali e distintive degli eletti è appunto che essi non possono fare nulla che sia disapprovato da Dio o proibito dalla legge”. Queste dottrine mostruose sono fondamentalmente le stesse che si ritrovano nell’insegnamento di alcuni teologi moderni i quali negano l’esistenza di una legge divina immutabile come norma di giustizia, affermando che l’indice della moralità è definito dalla società stessa ed è soggetto a costanti variazioni. Tutte queste idee errate derivano dal medesimo spirito: quello di colui che perfino fra gli immacolati abitanti del cielo cercò di abbattere le giuste restrizioni della legge di Dio. La dottrina dei decreti divini (anche “predestinazione”. N.d.T.) che fissano in maniera irrevocabile il carattere degli uomini, aveva indotto molti a rigettare l’autorità della legge divina. Wesley si oppose con decisione agli errori dei dottori antinomianisti, e dimostrò che la dottrina che conduce all’antinomianismo è contraria alle Scritture. “La grazia salutare di Dio è apparita a tutti gli uomini” Tito 2:11 (D). “Questo è buono e accettevole nel cospetto di Dio, nostro Salvatore, il quale vuole che tutti gli uomini siano salvati e vengano alla conoscenza della verità. Poiché c’è un solo Dio e anche un solo mediatore fra Dio e gli uomini, Cristo Gesù uomo, il quale diede se stesso quale prezzo di riscatto per tutti” 1 Timoteo 2:3-6. Lo Spirito di Dio è sparso copiosamente per dare a ogni uomo la possibilità di conseguire la salvezza. Così Cristo, “la vera luce che illumina ogni uomini, era per venire nel mondo” Giovanni 1:9. Solo chi respinge deliberatamente il dono della vita non giunge alla salvezza. Ecco quello che diceva Wesley in risposta all’affermazione che alla morte di Cristo i precetti del decalogo erano stati aboliti: << La legge morale, contenuta nei dieci comandamenti e raccomandata dai profeti, non è stata abolita da Cristo. Non era scopo della sua venuta revocarne neppure una minima parte, in quanto si tratta di una legge che non può essere infranta e che è “il fedele testimone che è nei cieli”… Essa esiste sino dalla fondazione del mondo, e fu scritta non su tavole di pietra, bensì nei cuori dei figlioli degli uomini quando questi uscirono dalle mani del Creatore.
(Martin Lutero, Filippo Melantone, L’imperatore Carlo V, Il principe elettore Federico il Saggio,
Erasmo da Rotterdam, Giorgio di Frundsberg, Gerolamo Savonarola, Papa Leone X.)
Benché le lettere originariamente tracciate dal dito di Dio siano state parzialmente alterate dal peccato, nondimeno esse non possono essere del tutto cancellate, perché in noi sussiste la consapevolezza del bene e del male. Ogni parte di questa legge deve rimanere in vigore per l’intera famiglia umana e per tutti i secoli. Essa, infatti, non dipende né dal tempo, né dallo spazio, né dalle circostanze mutevoli, ma dalla natura stessa di Dio e dall’uomo nei loro immutabili rapporti reciproci. “Io non sono venuto per abolire, ma per adempiere”… Senza contestazioni, il significato di queste parole (in piena armonia con il loro contesto) è: Io sono venuto per stabilirla in tutta la sua pienezza nonostante tutti i sofismi umani. Io sono venuto per mettere in piena luce ciò che ancora poteva sembrare oscuro; per affermare il vero e pieno valore di ogni sua parte e per mostrare quali siano la lunghezza, la larghezza e l’esatta portata di ogni suo comandamento, oltre che l’altezza, la profondità, la purezza incommensurabile e la spiritualità di tutti i suoi elementi” Wesley, sermone 25. Wesley affermò la perfetta armonia esistente fra la legge e l’Evangelo. Egli diceva: “Fra legge e Vangelo vi è quindi il più intimo rapporto concepibile. Da una parte c’è la legge che continuamente prepara la via e addita l’Evangelo; dall’altra c’è l’Evangelo che incessantemente ci spinge a un più esatto adempimento della legge. La legge, per esempio, ci invita ad amare Dio e il nostro prossimo, a essere mansueti, umili e santi. Noi ci rendiamo conto di non essere capaci di farlo perché, infatti, per l’uomo tutto ciò è impossibile; ma Dio ci ha promesso di darci quello amore e di renderci umili, mansueti e santi. Noi allora, prendiamo questo Vangelo annunciatore di così liete novelle; ci viene fatto secondo la nostra fede, e si adempie in noi “la giustizia della legge” mediante la fede che è in Cristo Gesù… “Al primo posto, tra i nemici del Vangelo di Cristo”, diceva Wesley, “bisogna mettere quelli che apertamente ed esplicitamente giudicano la legge, ne parlano male e insegnano agli uomini a infrangere (nel senso di dissolvere, sopprimere, annullare) non uno – minimo o massimo che sia – ma tutti i comandamenti… Però la cosa più sorprendente in tutto ciò è che quanti agiscono in questo modo pensano di onorare Cristo annullando la sua legge, e di esaltare la sua opera demolendolo la sua dottrina. Purtroppo essi lo onorano solo come Giuda quando disse: “Salve, Maestro!”, e lo baciò. Gesù con ragione può dire di ciascuno di loro: “Tradisci tu il Figlio dell’uomo con un bacio?”. Infatti, significa tradirlo con un bacio parlare del suo sangue e strappargli la corona; abolire una parte qualsiasi della sua legge col pretesto di far progredire l’Evangelo. No, non può sottrarsi a questa accusa chi predica la fede ed elimina, direttamente o indirettamente, l’ubbidienza a Dio; chi predica Cristo in questo modo annulla o sminuisce anche il minimo dei comandamenti dell’Altissimo” Ibidem. A quanti affermavano che “la predicazione del Vangelo prende il posto della legge”, Wesley rispondeva: “Noi lo neghiamo nel modo più assoluto! Essa, ad esempio, non si sostituisce alla legge, che ha come primo requisito quello di convincere l’uomo di peccato, di scuotere quanti ancora sono addormentati sulla soglia dell’inferno”. L’apostolo Paolo dichiara che “per mezzo della legge si ha la conoscenza del peccato”; e “ora è evidente che fino a che l’uomo non è convinto di peccato, non proverà il bisogno del sangue espiatorio di Cristo… “Non sono i sani che hanno bisogno del medico”, fa notare il nostro Signore, “ma gli ammalati”. Perciò è assurdo offrire l’opera del medico a chi è sano o crede di esserlo. Prima dovete convincerlo che è malato, altrimenti egli non vi sarà affatto grato dell’interessamento da voi dimostrato nei suoi confronti. E’ altrettanto assurdo offrire Cristo a coloro che non hanno ancora il cuore rotto” Idem, sermone 35. Così, pur predicando l’Evangelo della grazia di Dio, Wesley cercava, come il Maestro, di magnificare e rendere illustre la legge”. Con fedeltà egli svolse l’opera affiatagli da Dio conseguendo risultati meravigliosi. Alla fine della sua lunga vita – egli visse più di ottanta anni – dopo oltre mezzo secolo di ministero itinerante, i suoi aderenti ufficialmente noti superavano il mezzo milione. Però, la moltitudine di coloro che nel corso della sua attività evangelistica erano stati strappati dalla rovina e della degradazione del peccato e introdotti in una vita più pura e più luminosa, e il numero di quelli che per il suo insegnamento erano pervenuti a un’esperienza più ricca e più profonda, saranno noti solo quando l’intera famiglia dei redenti sarà riunita nel Regno di Dio. La vita di Wesley insegna una lezione di valore inestimabile per ogni cristiano. Volesse il cielo che la fede, l’umiltà, l’instancabile zelo, lo spirito di rinuncia e la devozione di questo servo di Dio rivivessero nelle nostre chiese di oggi!